ESCRITOS DE MI MEMORIA: El bosque mágico, por Carmen Tomás Asensio


Era una abuelita torpe de piernas, pero de alegre y animado corazón. Caminaba cada día para hacer el ejercicio que necesitaba su salud. Caminaba lentamente, cambiando cada día los itinerarios de sus paseos, para ir conociendo lugares diferentes.
Pero siempre alrededor de la montaña llena de pinos, carrascas y árboles verdes y apretados unos con otros, tan juntos que formaban una barrera que no le permitía entrar en el corazón del bosque.
Nunca encontró un camino practicable. Hasta que aquel día luminoso de primavera, en que, envuelta en los rizos azules de aire tibio, se sentía más feliz que otro día cualquiera.
Al pasar por el camino que bordeaba el bosque, que nunca descubrió,  un árbol muy frondoso, de grueso tronco, se movió de lugar. Como una puerta, dejó un hueco para pasar al interior, por donde se coló, de rondón, la abuelita.
Vio un pasillo verde, entre troncos rectos, con un techo de ramas y hojas. Un pasillo hermoso y perfumado, en cuyo final se adivinaba la luz.


Caminó y caminó y al hacerlo escuchó rumores a su espalda y descubrió que la senda que se abría ante sus ojos se volvía a cerrar a su paso, convirtiéndose nuevamente en bosque oscuro. Pero no le preocupó.
Salían a su encuentro ardillas y conejos blancos. Y por el aire, entre las copas de los árboles, búhos y pájaros y mariposas de colores.
Y todos le daban la bienvenida y ella entendía, maravillada, la lengua de los animales, como si siempre hubiera estado viviendo con ellos.
-¿Dónde vas? – le decían.
-¿Qué es lo que quieres encontrar en el bosque?
-Me gustaría conocer al Hada que hace florecer la primavera y llena de colores las alas de las mariposas y perfuma las corolas de las flores; sólo eso me gustaría – dijo la abuelita. – Es mi ilusión desde que era niña, pero nunca, hasta hoy, había conseguido entrar en el bosque encantado.
-Sí lo conseguiste – le dijo un conejos blanco de largas orejas peludas, - pero eras muy pequeña y no lo recuerdas. Los niños siempre pueden entrar en el País de la Ilusión, pero nadie les dice que lo han visitado y entonces no lo reconocen, porque, para los niños, son normales los sueños y siempre saben comunicarse con nosotros, los animalitos del Bosque Encantado.
-¿Y qué pasa ahora conmigo? – preguntó la abuelita. – He recobrado mis ilusiones y sueños de niña y no sé qué hacer con ellos.
-Sigue adelante – le dijo el jilguero, - yo te indicaré el camino. Verás al Hada y le pedirás lo que quieras. Te escuchará, seguro.
La abuelita siguió el vuelo del pájaro. Lo siguió por el túnel de verdor en que se había convertido el camino que seguía cerrándose a su espalda.


Al poco rato, llegó a una plazoleta en que desembocaban varios caminos. En el centro había una fuente, rodeada por un pequeño estanque, donde bebían los animalillos del bosque. Alrededor de este espacio había arbustos, plantas a punto de florecer y hierbas de olor.
La abuelita se quedó deslumbrada. ¡Qué bonito estaba todo!
Era un lugar tan mágico, que hasta el cielo era diferente al que ella conocía. El Sol lo iluminaba todo, pintándolo de amarillo y naranja, pero también, a la vez, estaba la Luna sonriendo de parte a parte, con una luz plateada. Y las estrellas, brillando como farolillos de colores, en pleno día. Y cada luz era diferente y no cubría el fulgor de las demás.
Y entonces, vio al Hada.
Flotaba sobre los macizos, envuelta en una túnica de gasas color de rosa. Llevaba en la mano un varita y salpicaba polvillos mágicos, que brotaban con chispas brillantes.
Conforme iba rociando las plantas, las flores se abrían y se llenaban de colores. Acababa de nacer la primavera.
Las mariposas también se beneficiaban  de la magia del polvillo maravilloso. Pasaban y traspasaban a través de él y cada vez pintaban sus frágiles alas de un color diferente.
Y cuando estaban ya coloreadas, empezaban a volar y se posaban en las corolas de las flores, para llevar, de una a otra, el polen dorado.
Era un espectáculo hermoso y desconocido, pero allí parecía normal y cada planta, cada árbol, cada flor, formaba parte de aquella maravilla.
También los animalitos del bosque participaban de aquel embrujo.
Y el Hada, con su varita de estrellas doradas y los duendecillos juguetones y los elfos y la abuelita misma, allí parada, contemplándolo todo, deslumbrada.
Sólo cuando se acordó de su vuelta a casa, se preocupó. No veía ningún camino abierto entre los árboles.
Gritó pidiendo ayuda al Hada y ésta pareció no darse cuenta.
Gritó varias veces más y el Hada siguió revoloteando entre las flores sin atenderla.
El conejito amigo dijo a la abuelita:
-Tienes que creer en lo que dices o no te oirá. Sólo atiende a los que tienen fe en lo maravilloso. Por eso escucha a los niños.
La abuelita quiso pensar como un niño que creyera en los sueños y se acordó de su nieto más pequeño. A él sí le gustaban los cuentos y creía en ellos. Porque la lectura de cuentos hace vivir venturas mágicas, con personajes distintos y lugares únicos, soñar e imaginar, y gritó con la voz del niño y entonces, el Hada, sí la escuchó.
Y la abuelita se tranquilizó, porque supo que le iba a ayudar a salir del bosque.
El Hada tocó con su varita el muro de plantas que cerraba el camino y éstas se fueron retirando hacia los lados y abrieron un túnel de perfumado verdor.
Y por él pudo regresar al lugar por donde había entrado. Y cuando estuvo fuera del bosque, los árboles se volvieron a juntar y cerraron el camino. Y ella supo que sólo se volvería a mostrar a los niños o a las personas mayores que fueran capaces de tener sueños, de creer en la magia de los bosques. En las hadas, en su poder y su bondad, y en los lugares donde habitan todos los personajes del Bosque Encantado. Pero para conocer todo esto hay que tener imaginación y fantasía y creer en los lugares mágicos.
No todos pueden entrar en los bosques encantados, porque no creen en ellos. No tienen sueños, ni piensan en personajes maravillosos.
El Hada le había dicho a la abuelita, al despedirla:
-Si se piensa intensamente en un lugar mágico, el poder de la mente te llevará allí. Con tu imaginación y tus sueños.
Y en eso estamos…


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