LA PENÚLTIMA FILA A LA IZQUIERDA: Nihil eripit fortuna nisi quod dedit, por Ana Bosch López

26 de Mayo de 2013

O Fortuna,
velut Luna
statu Variabilis,
semper crescis
aut decrescis;
vita destetabilis
nunc obdurat
et tunc curat
ludo mentis aciem,
egestatem,
potestatem
dissolvit tu glaciem.


Y allí estaba yo. No me sentía con fuerzas de afrontar el duro día que me esperaba, pero no tenía remedio. Poco a poco, la sala se iba llenando y una marabunta de risas y gritos inundaba el ambiente, hasta entonces sumido en un silencio casi tétrico. Tan tétrico como yo.
A medida que entraban, se iban aposentando en las incómodas sillas de madera y desplegaban sus bártulos en el reducido espacio que se les presentaba.
En las primeras filas, aquellos que de verdad poseían algún tipo de interés, o bien aquellos que querían aparentarlo. Y tal y como las hileras de mesas se alejaban en el horizonte, arrastraban con ellas la atención, la actitud activa y la disposición para adentrarse en una atmósfera dominada por la ignorancia y la indiferencia, que les absorbía como si de un agujero negro se tratase.
Todo aquello se acompañaba de las insulsas paredes grises que adornaban la habitación, de la falta de cuadros, adornos u otra decoración que fomentara lo más mínimo la creatividad o diera cabida a la imaginación que muchos de ellos tenían obsoleta. En fin, el sistema funcionaba.
El tiempo también se había tornado grisáceo y lluvioso en los últimos días, como si hubiese decidido simpatizarse con mi estado de ánimo y estuviera decidido a negar cualquier rincón de luz que pudiese volverme un completo feliz.
Noté un nudo en la garganta. A mi usual cansancio matutino se había unido el insomnio y la afonía estos últimos días. Pero esto era por otra cosa. Eché un ojo rápido a la clase y noté como una mezcla de emociones que ya creía olvidadas regurgitaba en mi estómago. Todo ello hacía más difícil afrontar el día que se me venía encima. No obstante, me armé de valor, alcé la voz y dije:
- Bien, señores, comencemos la clase.
La habitación, que hasta entonces se asemejaba a un mercado vienés, se quedó progresivamente inmersa en un silencio solamente interrumpido por mi voz, que parecía provenir de ultratumba.
- Bien señores, antes de nada, quiero pedirles disculpas por mi voz, creo que estoy un poco resfriado y agradecería no me obliguen a gritar más de la cuenta. Aunque ustedes ya son adultos y no creo que haga falta llamarles la atención ni castigarles a poner los brazos en cruz si se portan mal.
Hubo unas pocas risas. En el fondo pensaba que a algunos de ellos no les estaría mal un pequeño escarmiento de vez en cuando. La madurez no está, al parecer, al alcance de todos.
- El día anterior les introduje el tema sobre cánticos de los esclavos negros americanos, espero que lo recuerden.
Algunos asintieron. De las primeras filas, por supuesto.
-Bien, entonces no repetiremos lo que ya dijimos porque no tenemos tiempo suficiente. Hoy sólo pretendo que imaginen. Imaginen que no nacieron aquí. Imaginen que nacieron en la bella África, imaginen que de pequeños salían descalzos a la calle y jugaban con los hijos de los vecinos, sin estar pendientes de los coches, de los barrios ni de los desconocidos. Imagínense que nunca tuvieron que ir al colegio, que no supieran leer y escribir. Que con escasos dieciséis años encontraran una negrita o un negrito que les gustase, posiblemente aquel vecino con el que jugaban tanto, y decidiesen casarse e irse a vivir a la calle de al lado. Imaginarán, por supuesto, que con la edad actual ya tenían ustedes unos cuantos cachorrillos a los que dar de comer.
Pues bien, imaginen ahora que un día, un grupo de señores aparecen en su aldea, con caras poco amigables, que hablan en un idioma extraño y llevan bordadas en el pecho unos símbolos que se les antojan hombres implorantes, les obliguen a meterse en un barco con dudoso rumbo. A ustedes y a su familia, por supuesto. Viajan durante días, sin comida y con agua escasa. Imaginen que finalmente llegan a un lugar que poco dista de lo que tenían anteriormente, quizá peor. Les sueltan en un campo de algodón cual rebaño perdido y, aunque siguen sin entender el idioma, a palos todo el mundo se entiende, así que como si de una falsa película sensacionalista sobre Egipto se tratase, dejan de ser jornaleros en tierras conocidas y pasan a trabajar sin cesar de sol a sol, a cambio de nada. Si, de nada, señores y señoritas, ni un mísero penique. Y aquí no habían sindicatos ni asociaciones o grupos parlamentarios de “apoyo a los trabajadores” ni “trabajadores unidos” ni “el negro es más que un color” ni cualquier título de éstos.
Tras el último nombre, hubo una carcajada general. Hacer este tipo de comentarios siempre ayudaba a reunir un poco la atención que se perdía por el camino del discurso.
-Así que señores, ahora mismo, son ustedes, en su imaginación, unos esclavos.
El único descanso que poseían era para ir a misa. Y aquí es donde aparece una de las dudas más grandes sobre el verdadero significado de los cánticos negros. No sé si lo sabían, pero la religión africana era animista. No voy a entrar en detalles sobre qué consistía, para ello tiene ustedes a su disposición a un magnífico teólogo en el campus que estará dispuesto a responderles a todas sus dudas sobre esta religión, pero ya les digo yo que mucho dista del cristianismo que les fue impuesto por los europeos. Así que imagínense ustedes; un lugar extraño, un trabajo duro pero extraño, unos amos extraños que le obligaban a creer en un dios extraño. En la rueda de la fortuna para ustedes, esclavos imaginarios, aparece ahora mismo la serpiente que desciende suavemente hacia la oscuridad.
Guardé silencio tras decir esto último. A mis alumnos les pareció una forma de hacerles pensar, pero lo cierto es que el nudo de mi garganta me había parado en seco. Me daba miedo no poder continuar. El cúmulo de emociones aumentaba. Aquel fue el último tema que hable con ella antes de perderla de vista para siempre, pero todavía podía recordar cada frase, cada mirada, cada gesto, cada movimiento. No pude evitar levantar la vista hacia la penúltima fila a la izquierda, donde siempre solía sentarse. Tampoco pude evitar recordar, por alguna extraña razón, un fragmento de aquellas cartas que un día encontré perdidas en su habitación y que había memorizado al detalle con el tiempo mientras escuchaba una y otra vez el maravilloso concierto nº 2 para piano y orquesta de Rachmaninov que tanto le gustaba y que parecía hecho para ella; con esa fuerza contenida que la caracterizaba.

Es mucho más difícil continuar cuando comparas con algo ya pasado. Pero aun es mucho más difícil cuando el camino es nuevo y nunca antes lo habías recorrido. Sin duda tienes miedo, mucho miedo. No sabes dónde va, Ni por dónde pasaras y muchas veces sólo quieres abandonar. Necesitas alguna indicación, alguien que te diga que continúes o que lo dejes, pero no recibes respuesta. El mundo se torna abstracto y yo indecisa.
Ahora estoy en un camino de esos. No sé si continuar o quedarme, no sé si saltar al río y dejar que me lleve hasta el mar, y quedarme, y olvidarme de todo o intentar luchar en una batalla que parece perdida.
Hoy me apetece más la primera opción. Estoy cansada y no tengo ganas de continuar. Me estoy cayendo a cada traspié y llevo tantas magulladuras que no se cuanto aguantaré. El problema es que hasta hoy no las había visto. Me había engañado sobre el engaño, inconscientemente, negando una cosa que sé que es verdad y ahora tengo que creer mi propia mentira para salir de esto.
No solo la indecisión se apodera de mí. La impotencia me está atormentando y la rabia me ha cogido de la mano diciéndome que no puedo intentarlo más, que yo ya he hecho suficiente.
Y la decisión está tomada. El destino ha hecho de las suyas conmigo. Estoy parada en medio de un camino de tierra y niebla y no puedo ver delante ni detrás. Ahora mismo soy incapaz de hacerlo. Hacía tiempo no sentía esta sensación. Es extraña, me revuelve el estomago y no o me deja pensar. Solo siento, y lo que siento es tan difícil de explicar que me da miedo.
Mis pies tiemblan cuando intento andar así que he decidido quedarme quieta.

El barullo de la clase me devolvió a la realidad. No sabría decir cuánto tiempo pasó. Unos minutos, quizá más. Sólo sé que me hubiese gustado quedarme absorto en aquella sensación, pero el raciocinio me pedía cumplir con mis obligaciones. Miré otra vez la penúltima fila a la izquierda como un acto reflejo, pero no había nadie. Continué:
-Bueno, como les venía diciendo, nada se les permitía, ni siquiera creer. Pero la mente puede ser muy inteligente, y siempre busca vías de escape. Uno no puede estar mal demasiado tiempo, y menos si tiene familia e hijos a los que dar alimento y las desgracias siempre salen por una vía u otra, así que ¿cómo creen que se desahogaban? Bebiendo whisky en la taberna es evidente que no. Tampoco tiraban piedras en las casas de sus amos, o por lo menos, no oficialmente. No, era más simple. Utilizaban música. Sé que les parece una ridiculez pero era realmente algo maravilloso. Aprovechaban que se les permitía cantar durante el trabajo para coordinar el esfuerzo e ir todos al compás al levantar grandes pesos. Esto es algo que ya utilizaban en África, ya que la música africana no es más que el resultado de una actividad comunitaria de la tribu. Recuerden qué caracterizaba esta música: gran variedad de ritmos de figuras simples, con una amplia gama de escalas y unos larguísimos melismas, utilizando instrumentos como la sansa, la imbira o cualquier idiófono o mejor aun; cualquiera que hiciese ruido. Música siempre dada al baile, al movimiento, algo totalmente necesario.
En aquel momento me vinieron a la cabeza unos versos que repasé lentamente en mi mente:

Feror ego veluti
sine nauta navis,
tu per vias aeris
vaga fertur avis;
non me tenet vincula,
non me tenet clavis,
quero mihi similes
et adiungor pravis.




- La música dota al hombre de una fuerza inefable, algo que no se puede explicar, sólo sentir. Y si, además la acompañamos con los versos adecuados, nos envuelve en una magia de la que luego es difícil desprenderse. Así pues, que imagínense ahora, que toman un lenguaje universal y se lo apropian, para que los únicos que comprendan su verdadero significado sean ustedes mismos. El resto, sólo son capaces de escuchar melodías superfluas, cánticos de alabanza a Dios, a un dios que no es sino la viva imagen de ustedes hechos alma. Imaginen que recogen todas las preocupaciones, que no son pocas, los problemas, los miedos, la desolación y la pobreza que los envuelve y lo convierten en algo maravilloso, en pura magia, una bellísima y desgarradora magia. Pues esto es lo que hicieron sus tocayos esclavos. Los hermosos cánticos que entonaban no eran sino cantos a la libertad, las letras transmitían su propia humanidad, sus deseos de escapar, de desaparecer de aquel infierno al que se veían sometidos, y de la liberación que quizá conocerían en esa vida. O en la siguiente. Eran, por tanto, cantos de esperanza, de alegría contenida y de euforia por lo que quedaba por venir.
Uno de los alumnos (de la primera fila) alzó la mano y preguntó:
-Pero, profesor, yo entiendo todo lo que usted dice, pero, imaginándome en la situación, yo no creo que estuviera eufórico, sino mas bien, muerto de asco y de tristeza por tener que alzarme cada día y ver siempre lo mismo, sentirme explotado, sentir que la vida es injusta y que solo favorece a unos pocos. Notaría que cada día me pesa más, lloraría todas la noches y sentiría impotencia y rabia por no poder cambiar nada. Y peor al saber que nunca podría llegar imaginar que algo así me pasaría, que les pasaría a mis hijos, a mi familia. Me dolería no haber visto ninguna señal que me hubiese permitido percatarme de lo que tenía que suceder conmigo.
- ¿Es usted creyente?
-No
-Entonces, entiendo su ignorancia.
Mientras la clase reía y por alguna razón, me vino a la mente otro fragmento de aquellas cartas, y al recordarlo en mi cabeza, el nudo fue tan grande que parecía que iba a salirse de mi boca.

No sólo los mejores momentos llegan cuando menos lo esperas. Los peores también. Comenzar un nuevo día y no saber que el vas a acabar entre lágrimas, abrazada a la almohada y maldiciendo el día que decidiste empezar una historia que estaba destinada al fracaso. Porque lo estaba, aunque no lo supe hasta ahora y ya es tarde. Los sentimientos me acechan y no puedo escapar de ellos, pero no quiero dejar que entren en mis entrañas, no quiero admitirlos, porque eso sólo hará de mí aún más desgraciada.
Reina en mí la impotencia y la rabia al mismo tiempo. Noto que mis lágrimas quieren salir pero tengo una coraza que no permite que eso ocurra y vuelven a introducirse e invaden mi estómago como un veneno que mata aquellas mariposas que algún día noté.
¿Por qué no me percate? ¿Por qué decidí ignorar todo lo que en mí se formaba? ¿Por qué simplemente lo negaba? Hacer como que no había emociones sólo provocaba que estas fueran más fuertes. ¿Por qué nunca me di cuenta de la alegría que me llenaba cada vez que coincidía conmigo? ¿Por qué tampoco me percaté de la rabia que se abría paso en mi corazón cada vez que le ayudaba? ¿Por qué no me correspondió? No sé que hice mal, que fue lo que le echó para atrás pero veo que su camino comienza a dividirse del mío y no hay forma de volver. Maldita Fortuna...

Sabía que ninguna de esas cartas era para mí. Sabía para quien eran. A la lista de emociones su unió la rabia, adentrándose por cada poro de mi piel y poniendo más difícil mi contención para no salir corriendo.
Esta vez miré la penúltima fila a la izquierda con rabia. Donde no había nada, mis ojos imaginaron una figura para fulminarla con la mirada. Maldecí que las palabras escritas en sus cartas no fueran para mí. Maldecí que la Fortuna me las hubiera puesto en las manos y me hubiese hecho identificarme con cada sílaba, con cada coma... Maldecí saber que desperdicié energías y tiempo en aquello...

- Bien, espero que no se haya ofendido por mi comentario. La espiritualidad es algo muy serio, a veces, tan serio como que da rumbo a toda una vida o se convierte en una forma de ésta. Creer es poder, que dicen algunos. Y yo opino que tienen razón. El poder del alma no es tan grande como la persona misma, es más. Porque la persona muere, pero el alma perdura, aunque no sea en nuestro cuerpo. Aunque sea en el alma de los demás...pero ¡bueno! Para clases filosóficas ya tenemos la cantina, ahora continuemos con el tema que nos ocupa. Como les iba diciendo, nuestros esclavos tomaron la música como un medio de defensa contra sus amos, una forma de unirse en resistencia, y una forma de expresar sus sentimientos. Pero no estuvieron exentos de influencias musicales, claro está. A las rítmicas melodías africanas se unieron temas suaves, de origen más melancólico, con patrones armónicos repetidos, que era lo que estaba de moda en Europa en el momento. Y lo que sigue estando. En cuanto a la letra, comprenderán que no se les permitía expresar abiertamente sus deseos ¿no? Pues bien, tuvieron la genial idea de utilizar la fe cristiana para reconvertirla en su propia fe de libertad, de forma que los textos del Antiguo y el Nuevo Testamento que se leían en la eucaristía les servía de múltiples analogías. Aquellos más avispados habrán pensado enseguida en el libro del Éxodo. Pues bien, toda la razón. Como ejemplo tenéis el famoso Steal away, que no es sino una auténtica canción en clave que esconde una llamada al escape. Esto les permitía evadirse de los problemas, sentirse bien, hacerse ver a ellos mismos que no les importaba tanto sufrimiento o que este, sería compensado.


Una mirada a la penúltima fila a la izquierda de aquella aula provocó en mí, de nuevo, otro fragmento en mi mente.

¿Sabes? Ya no me importa. Ya no me importa que no me busques. Ya no me importa que no te preocupes por como estoy ni por lo que hago. Ya no me importa saber que estás tan cerca pero que poco a poco te vas distanciando de mí.  Ya no me importa que eches a perder todo lo que construimos. Y lo que nos quedó por construir. Ya no me importa que yo no te importe. Ya no me importa que nunca te importé. Creo que tú tampoco me importaste demasiado nunca, porque lo que de verdad me importó fue lo que esperaba de ti, y no lo que tú eras. Nunca has sido tan importante.

Había rechazado durante años dar clases en aquella aula. Pensaba que estaba preparado, pero la verdad es que no lo estaba. Nadie podía imaginar lo duro que era concentrarse en un lugar, en un tema, en una música que durante tantos años, me había permitido perder la cabeza.
Suspiré profundamente, obligándome a apartar de mi cabeza todo aquello para concluir mi monólogo a mis alumnos:
- Por tanto, Las frases bíblicas más pintorescas y expresivas, generalmente tomadas al azar durante un sermón o un oficio religioso podían ser captadas y repetidas por la congregación hasta convertirse en un espiritual. Los blancos, que no se enteraban de que iba el asunto, comenzaron a imitarles y a asumir todo aquello, hipnotizados por la trágica belleza de los “espirituales negros”. Esto llevó, en la época de la segregación, a una popularización masiva de estas canciones; en las misas, los negros cantaban alabanzas a ritmo de gospel, los bares se llenaban de melancólicas melodías de blues y la gente bailaba a ritmo de ragtimes. Señores, acaban de presenciar los inicios del jazz.
Noté que el nudo de mi garganta había desaparecido. Había estado tan absorto en utilizar las palabras adecuadas para dar mi discurso que las emociones se habían desvanecido.
Por costumbre, miré otra vez la penúltima fila a la izquierda, pero esta vez, ya no esperaba ver más que a un alumno desconocido y despistado, perdido entre las grisáceas paredes.
Mi corazón dio un vuelco. No sólo el nudo volvió a mi estómago; mi cuerpo entero se petrificó. Mis ojos se clavaron en ella y no necesité pestañear para afirmar lo que estaba viendo.  Las arrugas y el aspecto no disimulaban aquella mirada que había anhelado durante tanto tiempo y que ahora estaba puesta en mí.
Era ella. Era Nancy.

Y esta vez era real.

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