EL ARPA DORMIDA: Bécquer y la estética del sentimiento, por Ancrugon


 “La mejor poesía escrita es aquella que no se escribe.”
Lamartine


Gustavo Adolfo Bécquer, el hombre de mirada soñadora y cabello revuelto, según lo pintó su propio hermano Valerio, permanecerá joven para la eternidad.
Como suelen hacer los elegidos de los dioses, les entregó su espíritu a la temprana edad de treinta y cuatro años un 22 de diciembre del año 1870, y aunque desde los veintiuno padecía de tuberculosis y algún que otro problemilla venéreo y moral, dicen que el óbito le vino por un enfriamiento… pero en el momento de su tránsito el Sol se ocultó tras la Luna tornando el día en noche durante unos minutos… ¿coincidencias?... puede, pero los astros tienen esas cosas….
Sevillano de nacimiento, en su sangre se mezclaban la melancolía de Flandes con el embrujo andaluz y, tal vez por ello, le bullían en las entrañas los ardores donjuanescos requeridos para ser un buen coleccionista de amores y un certero cazador de versos. Sin embargo, salvo alguna rara excepción, todas sus creaciones fueron conservadas en lugar reservado durante su vida para aflorar a la feria de las rimas, por propia petición a su amigo Augusto Ferrán, también rimador del romanticismo tardío, como él lo fue. Sin embargo sería otro de sus amigos, Casado de Alisal, pintor de batallas, rostros ilustres y rendiciones sonadas, quien se decidió a llevar a cabo tal empresa reuniendo, tan sólo dos días después de la muerte del poeta, a un grupo de entusiastas seguidores del finado quienes acordaron una suscripción pública con el fin de recaudar los fondos necesarios, cuya doble finalidad era ayudar a la familia de Bécquer, pues dejaba viuda e hijos, y perpetuar el nombre del amigo. Conseguidos los medios, Ferrán y Correa se pusieron manos a la obra y un año después aparecía la primera edición de las obras completas de Gustavo Adolfo Bécquer, de la que nosotros, en este humilde artículo, solamente nos interesaremos por el apartado poético.


“INTRODUCCIÓN SINFÓNICA” 

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar forma.
Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y frutos.
Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en terrible, aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por donde salir a la luz, de las tinieblas en que viven. Pero, ¡ay, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; y la palabra tímida y perezosa se niega a secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cae el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino.
Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres: ellas son la causa desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí: paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término y a éstas hay que ponerles punto.
El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus creaciones, apretadas ya, como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia, disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.
¡Anda, pues! andad y vivid con la única vida que puedo daros.
Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables. Os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida de frases exquisitas, en las que os pudierais envolver con orgullo, como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible! No obstante necesito descansar: necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo, por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos.
Quedad, pues, consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que avienta por el aire la muerte antes que su Creador haya podido pronunciar el fiat lux que separa la claridad de las sombras.
No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión, pidiéndome con gestos y contorsiones que os saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa vieja y cascada ya, se pierdan a la vez que el instrumento las ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear y las gentes de diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué casos he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales; mi memoria clasifica, revueltos nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado con los de días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.


Sus Rimas, muchas de las cuales aparecieron sueltas en varios periódicos desde 1859, ya fueron editadas con anterioridad en 1868 bajo el mecenazgo de Luis González Bravo, amigo de Gustavo Adolfo y ministro del gobierno de O’Donnell, sin embargo este ejemplar desapareció durante los disturbios revolucionarios de 1968 y de nuevo se recogieron en un librito manuscrito titulado Libro de los gorriones que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid y posteriormente se agruparon con sus leyendas para formar el libro de 1871 Rimas y leyendas que, tras varias ampliaciones en sus sucesivas ediciones, es el que ha llegado a nuestros días, componiendo un grupo de ochenta y seis composiciones breves, de tres o cuatro estrofas normalmente, con rima asonante por lo general y con métrica variada. Este contenido se divide en cuatro partes:


La primera, rimas de la I a la XI, es una reflexión sobre la poesía y la creación literaria en general:


RIMA IV                                         

No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira:
Podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
Y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad siempre avanzando,
no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡Habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
¡Habrá poesía!



La segunda, rimas de la XII a la XXIX, reflexiona sobre el amor y sus efectos:


RIMA XVII                                     

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado...
¡Hoy creo en Dios!

RIMA XX                                        

Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada.

RIMA XXI                                      

—¿Qué es poesía? —dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul—;
¿Qué es poesía...? ¿Y tú me lo preguntas?
¡Poesía... eres tú!

RIMA XXII                                     

¿Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en la tierra
sobre el volcán la flor.

RIMA XXIII                                    

Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso... ¡yo no sé
qué te diera por un beso!

RIMA XXIX                                    

Sobre la falda tenía
el libro abierto,
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros:
no veíamos las letras
ninguno, creo,
mas guardábamos entrambos
hondo silencio.
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo;
sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
y sonó un beso.
Creación de Dante era el libro,
era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos
yo dije trémulo:
¿Comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
¡Ya lo comprendo!



La tercera, desde la rima XXX a la LI, habla de la decepción y el desengaño que el amor causa en el alma del poeta:


RIMA XXX                                     

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: — ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: — ¿Por qué no lloré yo?

RIMA XXXII                                  

Pasaba arrolladora en su hermosura
y el paso le dejé,
ni aun a mirarla me volví, y no obstante
algo en mi oído murmuró “Esa es”.
¿Quién reunió la tarde a la mañana?
Lo ignoro; sólo sé
que en una breve noche de verano
se unieron los crepúsculos y... “fue”.

RIMA XXXV                                   

¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día,
me admiró tu cariño mucho más;
porque lo que hay en mí que vale algo
eso... ¡ni lo pudiste sospechar!

RIMA XXXVI                                 

Si de nuestros agravios en un libro
se escribiese la historia,
y se borrase en nuestras almas cuanto
se borrase en sus hojas;
Te quiero tanto aún: dejó en mi pecho
tu amor huellas tan hondas,
que sólo con que tú borrases una,
¡las borraba yo todas!

RIMA XXXVIII                              

¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿Sabes tú adónde va?

RIMA XXXIX                                 

¿A qué me lo dices? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa,
antes que el sentimiento de su alma
brotará el agua de la estéril roca.
Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda:
que es una estatua inanimada...; pero...
¡es tan hermosa!

RIMA XLII                                     

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡Y se me reveló por qué se llora,
Y comprendí una vez por qué se mata!
Pasó la nube de dolor..., con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo
¡Me hacía un gran favor!... Le di las gracias.


Y la cuarta, desde la rima LII a la LXXXVI, no presenta a un hombre decepcionado tanto del amor como del mundo enfrentándose a la muerte:


RIMA LII                                        

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla obscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad!, ¡tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

RIMA LX                                        

Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.

RIMA LXVI                                    

¿De dónde vengo...? El más horrible y áspero
de los senderos busca:
Las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿A dónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

RIMA LXIX                                    

Al brillar un relámpago nacemos
y aún dura su fulgor cuando morimos:
¡Tan corto es el vivir!

La gloria y el amor tras que corremos
sombras de un sueño son que perseguimos:
¡Despertar es morir!

RIMA LXXVIII (Amor eterno)        

Podrá nublarse el sol eternamente;
podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte
cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.

RIMA LXXIX                                 

Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.

RIMA LXXXI                                 

Dices que tienes corazón, y solo
lo dices porque sientes sus latidos;
eso no es corazón... es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido.

RIMA LXXXIII                               

Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez, ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?

RIMA XCVIII                                 

Nave que surca los mares,
y que empuja el vendaval,
y que acaricia la espuma,
de los hombres es la vida;
su puerto, la eternidad.


¿Pero cómo es posible, os preguntaréis, que en pleno apogeo del Realismo triunfara una poesía claramente romántica?... Pues muy sencillo. La poesía realista de autores como Echegaray (Premio Nobel de Literatura en 1904), Tamayo y Baus y Campoamor, entre otros, es prosaica, rehuyendo conscientemente la idealización de la belleza, con manifiesta vocación filosófica, un lenguaje llano e, incluso, castizo y una clara ausencia de esteticismo a favor de lo trascendente. Ante este panorama, muchos poetas resistían atrincherados en la estética romántica, pero con notables diferencias a aquella corriente, pues con el tiempo encontraron vacía y demasiado retórica la lírica del Romanticismo original y decidieron marcar su propio estilo.



RIMA LIII                                      

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día....
ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
¡así no te querrán!


Así pues, Gustavo Adolfo Bécquer bebió de las plácidas aguas del Romanticismo intimista del poeta alemán Heine, aprendiendo a dejar fluir sus versos con sencillez y escasos ornamentos, domando el desbocado corcel de los sentidos para dar más relevancia al sentimiento y al pensamiento íntimo del hombre. Huyó del quehacer altisonante de Espronceda, más propio de la época de Byron, y se ejercitó en las melodías de los tonos suaves propios de lo profundo y la intimidad, sugiriendo ya formas y estéticas que llegarían con el Simbolismo o el Modernismo posteriores:



RIMA I                                            

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!
Si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.


Bécquer concebía a la poesía como algo inasequible, algo que trascendía de la naturaleza humana, pero que, sin embargo, debía ser popular, cercano y sencillo, por lo tanto, pensaba que existían dos tipos de lírica: Una a la que denomina “magnífica y sonora”… “una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.” Y otra de carácter natural, breve, seca… “que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye; y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.” Para él la primera tiene un valor fijo y es la de todo el mundo, fruto de la unión del arte y la fantasía; la segunda carece de medida absoluta y es la de los poetas, brotando del choque del sentimiento y la pasión: “La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece. La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso. Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción. Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre.” Y asegura que su poesía es del segundo tipo porque es popular, “y la poesía popular es la síntesis de la poesía.”



RIMA VII                                        

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en la rama
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! -pensé-, ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: “Levántate y anda”!


En conclusión, la poesía becqueriana, con herencias del Romanticismo y revalorizando lo tradicional, se puede considerar como uno de los primeros escalones hacia la lírica moderna española, aportando a las futuras generaciones su estética particular del sentimiento donde desarrolla su estilo intimista, sincero, sencillo y fácil, pero expresivo y repleto de sensibilidad.


RIMA X                                          

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman
el cielo se deshace en rayos de oro
la tierra se estremece alborozada.
Oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas,
mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
Dime... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa?


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