ESPEJOS A RAS DE SUELO: Soy un fue, por María Elena Picó Cruzans


“¡Ah de la vida!”…¿Nadie me responde?

¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortajas, y he quedado
presente sucesiones de difunto.

Francisco de Quevedo

      
   En Psicología del Desarrollo se utiliza el término “hipótesis de la docilidad”, enmarcado en uno de los modelos teóricos que intentan explicar la etapa del envejecimiento: el modelo ecológico de la competencia o teoría de la adaptación. Esta teoría explica que el comportamiento en la vejez son aguas que transcurren entre las márgenes de las competencias individuales y de las demandas ambientales. Y un punto óptimo de bienestar derivaría de un cierto equilibrio entre ambos lados. La hipótesis de la docilidad viene a recordarnos que un ambiente poco demandante, fruto, quizá, de un esmerado cuidado, puede ser promotor de incapacidad…


         Así son las palabras: capaces de ofrecernos inmensidad de teorías y de hipótesis, de crear tratados y organizar conferencias y discursos… Y no sólo eso. También pueden crear realidades. Es cierto que a veces un referente busca una palabra para ser visto; pero otras, muchas, es la palabra la que crea el referente. Algunos dicen que una imagen vale más que cien palabras, pero hay palabras que valen más de cien imágenes.

La diosa Afrodita y el dios Hermes tuvieron de forma adúltera un hijo al que llamaron, sin quebrarse la cabeza, Hermafrodito. Su madre se avergonzaba de él y lo entregó a las Náyades para que lo criaran. Cuando la edad lo convirtió en un gallardo efebo, retó a la fortuna bañándose desnudo en una fuente de cristalinas aguas donde habitaba la náyade Salmacis, que se enamoró perdidamente de él. Requirió su amor, pero el joven desestimó su ofrecimiento, ajeno a la actitud vengativa de su cruel enamorada, que imploró a los dioses ser una unión perpetua con su amado. Y  los dioses atendieron su ruego fundiendo los dos cuerpos en un ser de doble sexo.

La diosa Fortuna muestra irónicas formas de expresar sus caprichos y sus pequeñas venganzas. Fortuna aparece a menudo junto a Ocasión, nombre que se le dio a una diosa de la mitología clásica, que los romanos representaban como una bella mujer puesta de puntillas sobre una rueda, con alas en los pies o en la espalda y con un cuchillo en la mano derecha. La diosa llevaba la parte delantera de la cabeza cubierta por una hermosa cabellera, pero estaba totalmente calva por detrás. De aquí vienen expresiones como “la ocasión la pintan calva” o “tomar la ocasión por los pelos”. 

         De igual manera la palabra “pipa” no es una pipa.

         No recuerdo exactamente si en alguna ocasión he escrito que la palabra no es aquello que referencia; pero, sin duda, así lo he pensado.  Y lo que sí puedo decir es haber confirmado con algunas de mis palabras la frase de Alfred Korzybski: “El mapa no es el territorio”.


No obstante, hoy, desde un acto de auto-traición voy a serme infiel. Y es que a veces traicionar nuestras frases hechas es la única vía que nos queda para ser fieles a las inquietudes de nuestra alma.

¿Y si no fuera más que una sombra lingüística creer que la palabra mantiene relaciones arbitrarias con sus referentes? ¿Y si no fuera más que una sombra plástica creer que pueden las imágenes desligarse de la esencia de lo que representan? ¿Y si no fuera más que una sombra lo que nos hiciera creer que no podemos navegar por mares de papel y perdernos por territorios acartonados...?

El mapa de España no es España. Y la palabra “España” tampoco lo es. Pero, ¿y si son intentos de acercarnos de manera fractal la totalidad de la realidad? Si fuera así, la perversión lingüística no sería tanto creer que una parte ES el todo, sino en olvidar que en esa pequeña fractal está contenido el todo.


En estos perversos olvidos es donde sitúo últimamente algunos discursos (muchos de ellos políticos). En la constante puesta en escena de la falacia argumentativa del “tu quoque” es donde se comienzan a desdibujar las sombras lingüísticas para mí. Observo en el uso y abuso que el discurso político hace de esta falacia que para mantenerse necesita el sustento de la negación del lugar que ocupa la palabra.


Un ejemplo de esto lo he detectado en algunas intervenciones del presidente del gobierno que cita, sin referenciarlo, palabras de otros como si fueran suyas, buscando la repulsa del resto de diputados, para luego revelar que esas palabras pertenecen a esos “otros”. Lo curioso, y lo perverso, es que se trata de una “estrategia” para expresar con palabras de otros lo que él mismo quiere comunicar, de tal manera que la repulsa sea dada a los “otros” que dijeron primeramente las palabras y no a él que en ese momento las toma como suyas. Sí, ya sé; esto es complicado y rocambolesco. Pero, sobre todo, es confuso, que es lo que realmente se pretende. Como dice el título de uno de los libros de Paul Watzlawick,  Es imposible no comunicar, pero… ¿dónde está el mensaje de todo esto?: ¿el otro no supo?, ¿yo no sé?, ¿el otro no pudo?, ¿yo no puedo?,  ¿el mundo es una peonza de problemas sin solución?, ¿los políticos no son los que pueden encontrarla?...  Dice mi amiga Mercè que hay personas que tienen una solución para cada problema, y personas que tienen un problema para cada solución. No sé.


         Lo cierto es que estoy cambiando mi punto de vista sobre palabra y referente. Me doy cuenta de que si le usurpamos a la palabra el lugar que ocupa, si la desvinculamos de su contexto y aniquilamos la parte de la esencia que representa, nos queda sólo un desecho lingüístico que podemos utilizar a modo de emplasto para aliviar algunas de nuestras heridas más superficiales  o esconder algunas de nuestras caricaturas más grotescas. Tomar una palabra sin asentir a la fractal que referencia, tomar una palabra sin asentir a su lugar y a su contexto tan sólo es interferir en la espiral de la vida. Por suerte aún no conozco nada que pueda impedirla.
         Las consecuencias de este desahucio son diversas: para los lingüistas se pierde la adecuación; para los terapeutas gestálticos, la actualización, y para los terapeutas consteladores, la reconciliación. La sabiduría popular lo nombra como “confundir churras con merinas”.
         Hacia donde se va lo que se pierde es un misterio. Por suerte la vida dispone de aguas torrenciales que hacen que las ramblas vuelvan a su cauce.


Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida...
Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenan mi soñar...
Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar...
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón.
                            Volver, Alfredo Le Pera



         No dejes que termine el día sin haber crecido un poco.

                                      Walt Whitman

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