JUGUETES: El mundo de Pat: La primera aventura de Cano, por Wendy


Su nombre es Patricia, pero todos le llaman Pat porque es más cortito y sale como un disparo: ¡pat, pat, pat, pat!… Tiene casi doce años, aunque dicen que es muy alta para su edad, por lo menos eso aseguran sus tías y su abuela, sin embargo en el colegio hay niñas que son más altas que ella, y ya no digamos de los chicos, así que no parece que eso sea del todo cierto…  Aunque lo que nadie discute es que tiene una cara muy bonita de niña traviesa cuando su larga melena negra no la oculta como una cortina, pero es que a Pat le gusta que todo en ella esté en plena libertad y es feliz cuando el viento le enmaraña los cabellos y las amigas le dicen: “Pareces una bruja.” Y ella ríe porque eso es lo que realmente quiere ser… una brujita cargada de maleficios y encantamientos…
Desde hace tres años vive en un pequeño pueblo en medio de unas montañas enormes con su hermana Carmen, quien tiene quince años y “está de un tonto que no se aguanta”, y con su hermano Enrique que ya tiene dieciocho y “es muy, pero que muy guapo”… y con papá, claro, porque mamá murió cuando ella tenía seis años y los dejó muy solos y tristes a todos, aunque Pat ya no la recordaría si no fuera por las fotos que hay de ella por toda la casa y por eso sabe que era preciosa. Pat reconoce, aunque le dé mucha rabia, que Carmen se parece mucho a su madre y no solo en el nombre, porque sus hermosos ojos azules lo delatan y su sonrisa luminosa y su melena rubia y… ¡tantas cosas!  Sin embargo ella no tiene tanto de mamá, aunque Papá asegura que ha heredado su mal genio, pero eso no sale en las fotos y ella no puede saberlo con seguridad; Pat a quien más se parece es a su padre, eso también lo dicen sus tías y la abuela, pero tampoco de esto está muy segura. Cuando era pequeña, su hermana le decía que la habían adoptado y ella lloraba y lloraba, pero sabe que no es cierto y que solo lo hacía para molestarle. Siempre le está chinchando.
Papá es profesor del instituto que hay en el pueblo vecino, profesor de Mates que es lo más aburrido que hay sobre la Tierra, y por las tardes  se pasa mucho tiempo en los campos de la pequeña granja que habitan porque disfruta con la naturaleza y por eso lo tienen todo lleno de animales y a ella eso le encanta. Carmen va a estudiar al mismo lugar, pero Pat no, porque todavía es pequeña y lo hace en el colegio del pueblecito donde viven, y Enrique tampoco, él está en la ciudad de lunes a viernes y luego se pasa el fin de semana y las vacaciones con ellos, aunque a veces se trae a su novia Alicia que con Carmen se lleva muy bien, pero que Pat simplemente aguanta porque de lo contrario su hermano se enfadaría, y es que en el fondo reconoce que le tiene celos porque Enrique siempre es muy cariñoso con ella y siempre anda basuqueándola y acariciándola y abrazándola… “¡Puag… qué asco!”…  Aunque Alicia siempre le lleva regalitos y chuches, a Pat sigue sin gustarle porque ella sabe que eso lo hace para ver si se ablanda… “¡Faltaría más!”…

Pat tiene una mejor amiga que se llama Merche. Tienen la misma edad y se sientan juntas en clase. Es muy alegre y traviesa y le hace reír todo el rato, es un verdadero trasto, sin embargo le tiene que ayudar con los deberes y alguna que otra vez en los exámenes porque casi nunca se entera de nada y es que siempre se despista con cualquier cosa y siempre tiene algo importante que contar. Merche está un poco regordeta y es más bajita, pero es bastante veloz y tiene tanta fuerza que los chicos procuran no meterse con ella por si acaso. Ella fue quien le regaló a Cano. “Es un volpino italiano.”- le informó. El nombre se lo puso Papá porque tiene todo el pelo blanco como la nieve, bueno, cuando está limpio porque la verdad es que la mayor parte de las veces más parece gris o marrón o de cualquier otro color menos el blanco, y le puso ese nombre porque dijo, “Tiene el pelo como la cabeza de la abuela, todo cano.” Y así se quedó. Merche se lo trajo para el primer cumpleaños que Pat celebró en el pueblo. “Una granja debe tener un buen perro.” Dijo, pero Pat lo vio tan pequeñito, desvalido y desnudo que pensó que no iba a servir de nada allí, sin embargo ahora, con algo más de dos años, es grandote y fuerte y ágil, y ladra a todos los que se acercan y persigue al cartero cuando llega con la moto y no sería de extrañar que algún día lo tirase al suelo mientras el otro lo va espantando a patadas: “¡Chucho, chucho”…


Merche le dijo que Cano había nacido el doce de noviembre y Pat pegó un brinco de alegría porque ese precisamente era el día de su cumpleaños, lo que ocurría es que como aquel año cayó en martes, decidieron celebrarlo al sábado siguiente, así que aquella pequeña bolita tenía solamente cuatro días y los ojos cerrados y lloraba con grititos que daban pena, pero se lo trajo porque la madre, que ya era muy mayor, se había puesto enferma en el parto muriendo a los pocos días, así que Pat compró un biberón en la farmacia para alimentarlo, aunque al principio casi no le entraba en la boca. Y desde ese momento se dijo que siempre lo cuidaría como si fuera su hermano pequeño, si es que se puede tener un hermanito que sea un perro, porque ambos tenían muchas cosas en común…
Pasados unos días Cano ya correteaba por todos lados y se metía cualquier rincón o agujero y mordisqueaba todo aquello que caía al alcance de sus diminutos dientes que eran como agujas. Cuando lo perseguían, movía su cuerpecito rechoncho nervioso y agitado dándose golpes con las patas de los muebles y luego se lanzaba a toda velocidad ladrando con una vocecita aguda que se metía hasta muy adentro del cerebro. Y pronto todos lo quisieron como a uno más de la familia.

Merche se quedó con otro de los cachorros nacidos, Dingo, y a partir de aquel día lo llevaba siempre consigo a todas partes; curiosamente era tan negro como la noche y solo se le veían las dos estrellitas de los ojos, y en cuanto se juntaban Digo y Cano comenzaban a jugar muy contentos, persiguiéndose, revolcándose, mordiéndose… pero no se hacían daño y era muy divertido verles. Y así se formó un grupo muy curioso compuesto por las dos amigas y los dos cachorros hermanos que iba a dar que hablar bastante en aquel tranquilo pueblo de las montañas.
La curiosidad de Cano era inagotable. Olisqueaba cualquier cosa que estuviera a su alcance, hurgaba en todo agujero, roía todo lo que le venía a la boca u ojeaba lo que fuera y eso le trajo algún que otro desagradable susto, como aquella vez que se acercó a la estufa de leña y se chamuscó la naricilla, o la otra que pretendía coger un pez en el estanque y fue de cabeza al agua, o cuando quiso salir a toda velocidad al jardín sin darse cuenta de que la puerta estaba cerrada y se dio un buen golpe contra el cristal, pero de todos estos accidentes sacaba alguna enseñanza y jamás volvía a caer en el mismo error. Y es que desde pequeño ya era muy listo.


Cuando Papá compró la moto se la trajeron en una furgoneta pintada de negro con el nombre de la marca en los laterales, Harley-Davidson, y sobre el nombre habían pintado un águila con las alas extendidas; la bajaron por una rampa metálica porque era una moto enorme, negra también y reluciente, con un motor enorme y unas ruedas súper gruesas. Pat y Merche se quedaron boquiabiertas al verla, pero Carmen comenzó a pegar gritos y se subió en ella sin pensárselo, aunque Papá le ordenó rápidamente que se bajara. “¿Es para Enrique, papá?” - preguntó Pat, pero Papá la miró con una sonrisa extraña y dijo: “¿Para Enrique?, no, esta moto es para mí.” Y Pat y Merche volvieron a sorprenderse porque ellas pensaban que las motos eran para gente más joven… Bueno, no es que Papá fuera muy viejo, pero era mayor… eso, mayor, pero se le veía muy feliz…
Tan pronto como los señores de la furgoneta se fueron Papá no perdió ni un segundo, se enfundó una cazadora de cuero que ni Pat ni Carmen sabían que tenía, un casco negro con una calavera en la parte de atrás, que tampoco habían visto antes, unos guantes también nuevos y se montó en ella saliendo a toda velocidad y dejando a las tres niñas y los dos perros bastante confusos y asombrados… ¿Los dos perros?... Pues no, porque por allí solo se veía corretear a Dingo bastante nervioso y como buscando algo. “¡Cano!... ¡Cano!...” Llamó Pat a gritos, pero Cano no apareció por ninguna parte. Buscaron y buscaron, por el jardín, por los corrales, por la casa, por los huertos, hasta en la charca, pero nada, la bolita blanca gordinflona de Cano no se veía por ningún lugar. El único que no se movió del mismo sitio fue Dingo, todo el rato gimoteando alrededor de donde habían descargado la moto.“¿No se habrá subido a la furgoneta?” Preguntó Carmen y una sombra de sospecha se apoderó de las tres chiquillas.
“¿Qué hacemos? Preguntó Pat y Carmen se puso a pensar. Cuando Carmen pensaba lo hacía a conciencia y casi se le oían girar los engranajes de su cabeza, pero casi siempre daba con una buena respuesta. “Deberíamos llamar a papá por el móvil.” - y rápidamente se puso manos a la obra, pero Papá no cogía su teléfono, quizá no lo oyera con el ruido del motor de su nueva moto. Y las chiquillas comenzaron a inquietarse y hasta Dingo se puso muy triste.
Solo había pasado cuarenta y cinco minutos cuando volvió Papá todo emocionado, alegre y con un brillo diferente en los ojos, pero las niñas no le dejaron ni bajar. “Es normal, es tan curioso que se mete en todas partes.” – dijo, y llamó a los hombres de la furgoneta… pero Cano ya no estaba allí, y ya no estaba en la furgoneta porque al abrir la puerta salió como una exhalación y no hubo forma de cogerlo.
Pat hipaba angustiada. Carmen, sentada a su lado, intentaba consolarla, pero ella misma tenía ganas de llorar. Merche no sabía lo que hacer y Dingo seguía gimoteando. Y, mientras tanto, se había puesto el sol. ¿Dónde estaría Cano? ¡Tan pequeño todavía!...


Fue una noche horrible. “La culpa es mía, no he sabido cuidar de él…” – se lamentaba Pat sin poder conciliar el sueño. Y no ayudó demasiado la fenomenal tormenta que se desencadenó con terribles truenos, deslumbrantes y aterradores relámpagos y con aquellos chorros de agua que parecía como si se hubiesen reventado varios pantanos a la vez. Pero tampoco el día siguiente fue mejor y Papá recorrió con su Harley, bajo la lluvia, una y otra vez, el camino desde la granja al taller y del taller a la granja. Imprimieron centenares de fotografías del perrito hasta que agotaron la tinta de la impresora y las colgaron por todas partes, hablaron con todos los vecinos, pero nada, Cano no daba señales de vida y Pat solo veía zorros hambrientos, águilas crueles como las de la moto, gatos malvados que atacaban a su pequeño amigo... “Ya verás como lo encontramos.” - le decía su hermana, pero en su voz se reflejaba la poca fe que tenía en que eso ocurriera.
Como ya era viernes, esa tarde llegó Enrique desde la ciudad y se encontró con aquel panorama tan desolador nada más abrir la puerta, la cual volvió a cerrarse de golpe cuando las dos niñas se abalanzaron sobre él y empezaron a contarle lo ocurrido al mismo tiempo. Papá salió de la cocina y se unió también al coro de explicaciones. Y Enrique, que no se había enterado de nada a causa de tanto alboroto, dejó su mochila en el suelo y gritó: “¡Parad!” Y todos callaron, entonces él volvió hacia la puerta y la abrió diciendo: “Lo primero, ¿por qué nadie ha lavado a Cano que está tan sucio?” Y una pelotita de pelo mugriento entró con un pequeño trote de sus pequeñas patitas y moviendo el rabo alegremente, dejando marcadas sus pequeñas huellas por el parqué formando un camino de barro y agua hasta su comedero en la cocina donde se apresuró a dar buena cuenta de las bolitas de pienso.
¿Cómo pudo encontrar el camino de vuelta?... nadie la supo nunca, pero la alegría que supuso aquella pequeña aparición fue muy grande y Cano, seguramente, volvió a aprender otra nueva lección.

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