LA PENÚLTIMA FILA A LA IZQUIERDA: Wynton Marsalis: lo que siempre vuelve o lo que nunca se va, por Ana Bosch López


Sentada en la penúltima fila a la izquierda, Nancy veía como el avión sobrevolaba la ciudad de los Ángeles directa a Barcelona. Sólo llevaba 15 minutos de un larguísimo vuelo y ya se encontraba aburrida. Aborrecía los viajes al igual que aborrecía el calor, que era lo que predominaba.

Le apetecía escribir, pero sacó la libreta y se quedó en blanco. La historia que se repite. Cerró los ojos y suspiró. ¿por qué se le esfumaban las ideas de aquella manera cada vez que intentaba, simplemente, reproducir aquello que hasta hace un momento, tenía en su mente? Y aunque sabía que era algo normal (ya que a muchos de sus colegas también les ocurría lo mismo), no podía dejar de sentirse impotente.

En algún momento de su vida, le hubiese gustado ser escritora. O, por lo menos, sólo durante un tiempo. Le hubiese gustado saber como reaccionaría la gente al leer sus pensamientos, si lo entenderían, si disfrutarían, o si lo verían como una de esas escritoras de moda aburridas. O lo que es peor: no entenderían absolutamente nada.

De joven, escribía mucho. Cualquier rincón era bueno para tomar notas en el pequeño cuaderno que siempre guardaba en su bolso de forma secreta. Cada día, era una reflexión que plasmaba en unas pocas frases. Pero, aunque comenzó mil historias, no acabó ninguna. En cierto modo, sus notas eran como su vida: frases inacabadas, palabras que nunca salieron a la luz, instantes que no sólo no se detuvieron, sino que pasaron de forma tan fugaz que, seguramente, nadie se acuerde de ellos.

Bajó la vista a la libreta en blanco y sacó del bolso una carpeta con notas. Le había prometido a su sobrino que le ayudaría con la exposición sobre Wynton Marsalis, y decidió que, ya que la inspiración la había abandonado otra vez de tantas, se limitaría a transcribir sus viejos apuntes sobre este intérprete con una caligrafía mejor, a fin de que al chaval le resultase mas sencillo entenderlo.




Wynton Marsalis

Nació en 1961 en Nueva Orleans.

Hijo del pianista Ellis Marsallis.

Músico virtuoso desde pequeño. Estudió música clásica y jazz (consiguió tocar el famoso concierto de Haydn con la orquesta de Nueva Orleans con tan sólo 14 años).



La verdad es que aunque no fuese escritora, la profesión de Nancy era tan gratificante como cualquier otra. Incluso más. Nancy, por supuesto, era músico.

Y no por obligación, lo suyo era pura vocación. Desde bien pequeña había aprendido a cantar. Pasó toda su infancia y gran parte de su temprana juventud recibiendo clases y compaginándolas con sus estudios obligatorios. Esto implicaba que mientras los demás iban al parque a jugar, ella tenía que quedarse en casa con los difíciles ejercicios de contrapunto y pulir su voz con una gran cantidad de técnica diaria. Faltó a muchos cumpleaños, perdió excursiones, borracheras, amistades y a algún que otro posible amor, y sus días siempre parecían necesitar más de 24 horas para cumplir con todas sus obligaciones. Nunca se quejó más de lo normal, porque al fin y al cabo, disfrutaba con ello.



Fue proclamado el mejor intérprete de metal de la facultad de música de Berkshire.

Nunca consiguió deshacerse de sus raíces en la música clásica.

Con 20 años, comenzó una gira con el grupo de Hebre Hancock, y un año más tarde formó un grupo con su propio hermano, cuyo debut fue en el Festival Kool Jazz de Nueva York en 1982 con un éxito tremendo.

Grabó dos discos en muy poco tiempo: “Wynton Marsallis” y “Think of one”. También grabó uno de música clásica con conciertos de Mozart, Haydn y Hummel.



Lo cierto es que este Marsalis tenía pinta de ser uno de aquellos “niños mimados del profe”. Su vida seguro fue más fácil. Lo más probable es que ya de bien pequeño, su padre le obligara a trabajar duro, ya que él conocía realmente la profesión, y le inculcara todo el amor a la música que le fuese capaz. Estaba convencida de que lo llevó a las mejores escuelas y habló con gente de prestigio para que les entrara por el ojo. Y por el oído. La idea debió tener sus frutos y el chaval cogió fama. Una vez llegado a este punto, da igual si eres bueno, malo o el mejor , la fama siempre te precede. El público no busca sólo un sonido, un trabajo bien hecho (aunque no dudaba que Marsalis no trabajase duro y mucho menos, que fuese un genio de la trompeta), el público busca un nombre, un carisma, un físico. El público escucha poco pero mira mucho.

En cambio en la vida de Nancy nadie había sido músico antes, y ninguno de ellos conocía realmente su profesión. Su padre, abogado de oficio, quería que su hija continuase con el negocio familiar, razón por la cual la matriculó en la universidad local con el fin de hacer de ella una gran abogada. No se negó. No podía. Creía, como todo el mundo, que la música había sido un simple pasatiempo y que había llegado la hora de madurar y tomar la iniciativa de su vida con una profesión de verdad. ¡Qué equivocada estaba!

Tardó un par de años en darse cuenta, pero al fin vio que que cada uno de los órganos de su cuerpo bailaba el ritmo de una melodía que nunca debería dejar de sonar. Fue cuando dejó de cantar,  el momento en que advirtió que aquello era lo único que la mantenía viva. Se dio cuenta que  la razón por la que nunca le había importado perder cosas en su vida, por ensayar hasta altas horas de la madrugada o perder horas de sueño dándole vueltas a una misma interpretación, era porque realmente aquello le gustaba. De repente, observó que había música por todas partes, y ella era de las pocas personas que podía escucharla. Así que decidió que dedicaría su vida a aquella profesión simplemente porque no había una sola razón para no hacerlo.





Características de la música de Marsalis.

Poseía, en sus inicios, una improvisación basada en mantener siempre el ritmo.

Influencia enorme del bebop.

Articulación clara, fraseo musical conservador y ornamentación rígida pero correcta (herencia de la música clásica).

Se caracterizaba también por una enorme facilidad técnica, una interpretación libre de excesos y un lenguaje sofisticado.

Defendía una interpretación marcada por el compositor sin darle mucha libertad al instrumentista. Era, por tanto, gran conservador.

Nunca consiguió quitarse la etiqueta clásica. De hecho, su interpretación de Haydn en 1982 ha sido una de las más recordadas.



Colgó por tanto, sus estudios de Derecho y, después de unas largas discusiones con sus padres, consiguió instalarse en un pequeño estudio a las afueras de la ciudad y se matriculó en el conservatorio.

Pero no fue un camino de rosas. Algunas veces se levantaba decidida a dedicar cada uno de los instantes del día en un estudio metódico, en centrarse y volcarse por completo en practicar, dejando todo lo demás en un segundo plano. Se imaginaba, acostada en la cama, como sería el día siguiente: cantando, escuchando, leyendo. Sin comer ni salir. No le hacía falta porque todo el alimento que necesitaba ya lo tenía en la música. Quería ser como aquellos artistas de los que tanto había oído hablar y que trabajaban sin descanso. Quería ser excéntrica, bohemia y de carácter difícil, que nadie la entendiese, porque pensaba que la inspiración y el verdadero sentimiento afloraban en soledad. Pero esos planes de la noche anterior nunca se cumplían. Normalmente acababa tumbada en la cama todo el día o leyendo un libró de algún autor mediocre que había cogido prestado de la biblioteca municipal. Esto siempre le hacía sentirse mal y tornaba su carácter modesto y apático.

Otros días, en cambio, sin darse cuenta y, generalmente a raíz de alguna idea que le rondaba por la cabeza, era capaz de encerrarse en su cuarto y estudiar, escuchar, analizar o practicar durante horas; el sueño acumulado se desvanecía y era capaz de alimentarse a base de fruta o leche durante todo el día. Perdía la noción del tiempo y las preguntas en su cabeza aumentaban y se acumulaban porque nunca conseguía resolver alguna de ellas. Pero se sentía feliz. La curiosidad y la inestabilidad le producían un tremendo placer, algo inefable e incomparable a cualquier cosa que hubiese experimentado nunca.

Muchas noches soñaba con lo que quería ser. Creía que, si agarraba ese pensamiento con mucha fuerza no se podría escapar jamás. Cuando estaba decaída o furiosa se relajaba paseando por las anchas y transitadas calles de la ciudad y recordaba cual era su objetivo. Eso la hacía vivir.





Compuso algunas piezas: “Delfeayo's Dilemma” caracterizada por un gran virtuosismo, donde se puede escuchar un elaborado diálogo de improvisación entre el trompetista y el pianista. Se aprecian frases lógicas y muchos giros, pero que se mueven de una manera

esperada.

Con los años, las influencias del jazz moderno le hicieron abrir el abanico de posibilidades a la hora de componer (como queda demostrado en su disco “Think of One” en una búsqueda de sorprender al que escucha y un nuevo enfoque de la improvisación.

Obtuvo una gran fama con cada uno de sus trabajos.



No le importaba ganar poco dinero. De hecho, sólo lo justo para poder vivir. No tenía lujos y se acostumbró a no salir más de lo necesario. Muchas veces tuvo que aceptar trabajos miserables, pero se le calmaban los ánimos cuando había ahorrado lo suficiente para poder ir a escuchar alguno de sus cantantes favoritos.

Pero, con los años, su vida se complicó; un posible matrimonio fallido y una trágica relación con otra mujer, fueron, quizá, las dos más memorables y que le dejaron, dos hijos y una considerable cantidad de cajas de zapatos.

Nancy nunca fue una gran cantante. Ni siquiera, una destacada.

Esto la aborrecía a veces. Sabía que nunca tuvo grandes cualidades, ni una facilidad tremenda, aunque algunos de sus profesores no pensaran lo mismo y la llenaran de elogios cuando pagaba una buena cantidad de dinero por una clase con ellos. Es por ello que a veces deseaba no amar tanto su profesión. Le hubiese gustado, simplemente, ser una de aquellas mujeres que se quejan de tener un marido desgastado por la edad o una família con la que reunirse en fechas señaladas para comer. A veces, soñaba que se había conformado con un empleo simple, una vida pequeña y una rutina. Pero nunca tuvo nada de ello. Siempre pensó a lo grande y se sentía fracasada por no haberlo conseguido. En su interior, siempre supo que en el momento que decidió dedicarse a cantar, su vida estaba destinada a la soledad.

Muchas veces intentó deshacerse de todo, quitarse aquella pasión con la facilidad de aquel que se quita un vestido para ponerse otro completamente diferente. Pero no funciona así. Uno no elige nada; ni lo que quiere, ni aquello que odia, sólo puede decidir si transitar por el camino corto o por el largo, porque, al final, todos llegan al mismo sitio. Por mucho que odiara su profesión en ocasiones, el simple hecho de imaginarse en otra cosa la hacía arrepentirse al momento. Lloró muchas noches y rió otros tantos momentos. Perdió amigos, parejas, y hombres que pudieron serlo. Sólo se casó una vez y fue con la música. La realidad era que tenía tantos motivos para haberlo dejado...

Pero por alguna razón se levantaba todos los días llena de energía. Aquello que tanto la había hecho sufrir seguía apoderándose de ella y guiando cada gesto de su vida. De hecho, a veces se preguntaba si era verdad que era ella la que seguía viviendo.

Nancy estaba tan sumida en estos pensamientos que no se dio cuenta que faltaban escasos 30 minutos para que el avión aterrizase. Decidió copiar las últimas líneas y cerró los ojos. Le esperaban unos días difíciles en casa de su nieto Alberto y sabía que pensar en su pasado no la iba a ayudar.



Aun con todo, continuaba siendo meticuloso y cuidadoso con todos los detalles, herencia,  otra vez del mundo clásico, tomando el principio “la diferencia entre uno cualquiera y el mejor, está en detalles sutiles pero intensamente estudiados” como parte de su filosofía.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LOS CLÁSICOS DIVERTIDOS: La tesis de Nancy, de Ramón J. Sender, por Ancrugon

EL PERFIL DEL PENTAGRAMA: Steven Tyler, por Eva Sion

CATORCE VERSOS: El Marqués de Santillana, por Ancrugon