TEMAS E IDEAS: La decisión, por Ancrugon


- Ya verás – le dijo el otro mientras acariciaba el borde del cenicero con su mano derecha, -  a medida que pase el tiempo la cosa será peor…

Y tras un breve receso, dio un largo sorbo a su bebida. Se le notaban la incomodidad, las ganas de irse, lo forzado de la situación.

- Ahora te desesperas – continuó,- pero luego será peor. Mucho peor…

Y con la mano izquierda calentaba sin querer el whisky de su vaso. Miró sin ver alrededor del bar como buscando una escusa, una salida.

 - La vida es complicada... Sí, muy complicada.

Él no levantaba los ojos del fondo de su café. Lo cierto es que no le estaba ayudando nada, más bien todo lo contrario.

- Yo no quiero hundirte más aún, no, no es mi intención, pero hay que ser realistas...

Dio otro largo trago. “¡Joder – pensó, - ¡qué se vaya ya!”

- Hay que saber estar en su sitio.

Paladeó y él reprimió sus ganas de mandarlo a paseo.

- Es difícil, pero hay que saber estar en su sitio.


Empujó el vaso hacia el centro de la mesa y se incorporó con decisión. “¡Por fin!”

- Lo siento, me voy. Siento tener que dejarte solo en estas condiciones, pero las obligaciones me reclaman.

Él afirmó con la cabeza y dibujó una tenue sonrisa con esfuerzo, aunque en realidad lo deseaba.

- Si me necesitas, no dudes en llamarme.

Le puso una mano fina y bien cuidada en el hombro.

- Pero lo dicho, no debes dejar esto así. Sé fuerte y haz lo que debes hacer, de lo contrario la situación llegará a ser insoportable.

Él volvió a enterrar la mirada en el negro fondo de la taza de café y maldijo una vez más. Cuando lo vio salir, suspiró con alivio.

Unos minutos más tarde dejó aquel bar sin saber a dónde dirigir sus pasos, tanto le daba una cosa que otra. La calle estaba tranquila y solitaria, demasiado tranquila y solitaria, tal vez hubiera preferido un poco más de ruido y bullicio porque de esta forma no quedaba más remedio que volver siempre a lo mismo y eso hacía daño. Sólo de vez en cuando podía verse alguna persona difuminada por el calor brumoso, esto le aumentaba todavía más la sensación de ahogo. El asfalto era un líquido viscoso y humeante donde los pies se volvían tan pesados como las ideas.

En el fondo, aunque le fastidiase, sabía que tenía razón. “Cretino, seguro que se ha alegrado de mi problema, porque ése no puede considerarse un buen amigo, ¡qué va!, ése siempre va por ahí a su rollo sin preocuparse de los demás... Es muy fácil dar consejos, sí, muy fácil. ¡Ya me gustaría verle a él en mi lugar!, pero claro, así, con las espaldas bien cubiertas y sin preocuparse jamás por nadie, es fácil dar consejos, lo que no entiendo es por qué se lo he contado... Siempre lo mismo, siempre acabo contando mis cosas a cualquiera...” Los ojos se le humedecieron y buscó a través del calor algún punto de apoyo donde descansar la mirada. “Lo peor es que el imbécil tiene razón, por esta vez la  tiene,  hay  que  saber  estar  en  tu  sitio,  ser  fuerte,  tener confianza en tí mismo y hacer lo que se debe hacer, ¡sí señor, lo que se debe hacer!”

- ¡Soy un imbécil, maldita sea, soy un mierda!, ¡un cobarde asqueroso y cornudo! - Gritó en medio de la calle vacía que amenazaba con devorarle entre sus fauces de dragón medieval.

Nada cambió. Nada ni nadie respondió… Silencio… “¿Por qué se lo he contado a ése?... ¿tan solo estoy?”

-     ¡Dios, qué asco! – volvió a gritar a la nada derretida del estío.

Al llegar a un cruce de calles, oyó la voz de un locutor de televisión y el sonido de gente conversando. Giró a la derecha y se encaminó a un bar casi agazapado entre las puertas metálicas de unos almacenes que estaban cerrados. Nunca antes se había dado cuenta de lo tristes que son las tardes de los domingos... Al entrar, un soplo de frescura le revivió un poco. La clientela era escasa en ese momento, pero se les veía animados y sin preocupaciones, “o por lo menos han conseguido aparcarlas. Quizá esto me ayude.”

Esta vez no pidió un café, “ya están bastante negros los ánimos”, así que se atrevió con un lingotazo de algo más fuerte.

- Un whisky – dijo a un camarero distraído y soñoliento.

“Por ejemplo.” Él no bebía alcohol normalmente, incluso le desagradaba,  “pero  ahora  necesito  tomar  una decisión, una decisión que cambiará por entero mi vida, así que no está de más ayudarse de algo, aunque luego me deje el estómago revuelto de la acidez...” Tomó un largo trago y no pudo evitar que su cara dibujara una áspera mueca, aunque, sin embargo, un calor revitalizador le recorrió las entrañas y le animó un poco… sólo un poco. En la televisión un partido de fútbol acaparaba la atención de los presentes. “¡Leñe! ¡Qué mal debo estar, se me ha olvidado que hoy jugaba la Selección!” Buscó al camarero con la mirada y le interrogó casi en un susurro.

- ¿Cómo van?

- Están perdiendo, como siempre a la hora de la verdad... – le respondió el otro con cara de resignación.

“¡Encima esto!” Dio otro dilatado trago que no le supo mejor que el anterior... “Y el gilipollas quiere que esté en mi sitio, ¿cuál es mi sitio?, ¿acaso sabe él cuál es el suyo?... ¿Qué quiere que haga?, ¿que coja una pistola y me los cargue?...” Bebió de nuevo. “No es mala solución, ¡maldita sea!, la verdad es que se lo merece, pero, ¿de dónde saco yo una pistola?...” Volvió la mirada hacia los tres chavales con pintas descuidadas que vociferaban contra el entrenador desde una mesa del fondo. “¿Seguro que éstos saben dónde conseguir una?... Pero, ¡qué digo!, ¡si me desmayo nada más ver la sangre! ¡Si es que soy un inútil!” Volvió a beber. “¡No sirvo ni para pensar en hacer algo malo… ¡me doy asco!”


Acabó el contenido del vaso y dejó el dinero sobre el mostrador. “¡Todo, se lo he dado todo, hasta mi vida, y me lo paga así!... ¡La verdad es que se merece un tiro en la nuca!” Un poco titubeante por el whisky, se dirigió hacia donde estaban los tres jóvenes justo cuando éstos se levantaban al unísono como expelidos por un resorte.

- ¡Goooool!, ¡goooool!, ¡goooool!, ¡gooooooooool de España!

Una mueca parecida a una sonrisa se le quedó prendida en su rostro cuyos ojos miraban confundidos a la pantalla del televisor.

- ¡Dos uno, dos a uno vamos perdiendo, a ver si se animan, leñe! - Comunicó el camarero algo más alegre y sin importarle que todo el mundo ya lo supiera.

Lo observó como si nunca antes lo hubiese visto, dio media vuelta y salió a la calle.


Cuando llegó al puente sobre el río la tarde era más bondadosa. Ya no se pegaba el asfalto en las suelas de los zapatos y un vientecillo tímido refrescaba un poco entre los chopos del fondo, y ya se veían algunos paseantes dispersos y relajados. Distraído en sus pensamientos tropezó con un señor de pelo canoso y andar indeciso que parecía adherido a su radio e indiferente a la cháchara de su mujer. Pidió disculpas y buscó apoyo en la baranda sumido de nuevo en su dilema: “Tengo que hacer lo que se debe. Esto no puede quedar así…” Miró al fondo del río, milagrosamente limpio, que fluía manso y apacible hacia alguna parte. “Pero soy un cobarde, ¡soy  un maldito cobarde!” Sacó la cartera sin saber por qué y al abrirla se dio de bruces con el carnet de identidad y llí estaba su cara, “estúpidamente ausente, ajeno siempre a lo se cuece a mi alrededor, confiado y estúpido”. Sus ojos volvieron a navegar por la monótona corriente y sintió una indescriptible atracción por aquel fondo oscuro y apacible. “¡No tengo huevos ni para esto!... ¡Con lo fácil que sería!... Un pequeño chapuzón y nada… todo solucionado…” Respiró hondo y tuvo la sensación de que todo sonido había huido y sólo el silencio fuera dueño del mundo, a no ser el regular  parloteo radiofónico del receptor del anciano desde donde, sin previo aviso, surgió un aullido que hizo salir en tropel a los pájaros que descansaban en las ramas.

- ¡Gooool, goool , goooool!, ¡gooooooooool! - Vociferó el transistor del sonriente hombre que hizo callar a su esposa con un gesto de la mano. - ¡Gol de España que empata un partido que parecía tener perdido! - Añadió el locutor al borde de la rotura de sus cuerdas vocales.

Le devolvió la sonrisa y sintió que en el fondo, allá dentro de su mente, algo se iba arreglando. “Que le llame dice, que le llame si le necesito… ¡Vete a la mierda, tú, ella, su amante y todo el planeta!” Y con un gesto leve, casi imperceptible, dejó caer algo que planeó suavemente hasta la superficie plateada y, acto seguido, guardó su cartera acercándose al anciano del receptor.

- ¿Cuánto queda? - preguntó.

- Diez minutos, más o menos. - El hombre estaba dichoso.

Corrió por el puente y cruzó la avenida de la orilla izquierda hasta llegar al último bar donde había estado antes. Entró jadeante y sudoroso. Allí seguían los tres jóvenes, más alegres, más ruidosos, incluso más poco recomendables que antes, pero ahora había mucho más público. Pidió otro whisky y se sentó en una mesa libre con el tiempo justo para poder unir su voz a la todos los presentes.

- ¡Gooooool, goooool, goooool!, ¡goooooooooooooool!

Y mientras España se clasificaba para la siguiente ronda, una foto de un bonito y radiante rostro de mujer flotaba por las aguas milagrosamente limpias del río con sus ojos clavados en cielo de la tarde, rumbo hacia el olvido.


Comentarios

  1. Ato Togo
    (martes, 11. febrero 2014 11:56)
    Pues parece que el deporte lo cura todo, yo siempre creí que era el tiempo. No importa de que forma lo importante es que el final sea feliz. Un saludo

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