ESPEJOS A RAS DE SUELO: Merecimientos, por María Elena Picó Cruzans.



"La capacidad de vivir con verdades relativas, con preguntas para las que no hay respuesta, con la sabiduría de no saber nada y con las paradójicas incertidumbres de la existencia, todo esto puede ser la esencia de la madurez humana y de la consiguiente tolerancia frente a los demás. Cuando esta capacidad falta, nos entregamos de nuevo, sin saberlo, al mundo del inquisidor general y viviremos la vida de rebaños, oscura e irresponsable, solo de vez en cuando con la respiración aquejada por el humo acre de la hoguera de algún magnífico auto de fe o por el de las chimeneas de los hornos crematorios de algún campo de exterminio".

                                  Paul Watzlawick, No es posible no comunicar


         Lo que nos queda cuando dejamos de ser seducidos por el halago de la muerte es la vida. El premio es la vida. El castigo es la vida. El precio es la vida. Y se nos aparece así a bocajarro, sin un resquicio de prerrogativa. La miramos, pasmados y boquiabiertos. Y es entonces cuando nos preguntamos si la merecemos.


“El que se desespera ante el absurdo del mundo es cautivo de la ilusión de que tiene que existir un sentido, que, sin embargo, no hay”.

                                  Paul Watzlawick, No es posible no comunicar


         Hemos crecido; atrás quedaron los años de la infancia donde succionar, tragar, defecar o merecer eran simples cuestiones de inteligencia innata. De niños nos excedemos en casi todas ellas y de adultos solemos tener dificultades con casi todas ellas. Con las primeras vamos navegando no exentos de laxantes, bicarbonatos y prostitución. Pero nos quedamos atrapados con los merecimientos. En las desgracias no duele tanto porque compensa la inocencia; pero duele mucho la culpa de que la vida nos trate mejor que a nuestros seres queridos. Las personas tenemos un curioso sentido de la justicia en el que olvidamos el equilibrio.
En la infancia llegamos a creer que el amor o el desamor es una cuestión de merecimientos, desde una visión egocéntrica de la vida. En la etapa adulta nos vemos arrastrados a menudo por el vendaval de los anhelos y nos creemos no merecedores de los halagos, unas veces, y, otras, no merecedores del afecto que acompaña las palabras de halago.
Onán es un personaje bíblico que tiene el extraño encargo de Yaveh de dejar embarazada a la mujer de su hermano para darle descendencia. Onán rehúsa la encomienda, sin renunciar a las relaciones sexuales con su cuñada, derramando su semen a tierra. Por esta actitud desafiante de los designios divinos, Onán es castigado por Dios con la muerte.
De una manera irónica, el “delito” de Onán será ensalzado más tarde erigiéndose en el primer mandamiento de las Tablas de la Ley: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”.
De una manera irónica y paradójica, no podemos amar a Dios ni al prójimo sin ser sujetos de la transgresión de Onán. ¿Qué amor puedo darle al otro si no dejo que mi fertilidad se derrame en la tierra? Si no me amo, ¿cómo tomaré el amor? Si no merezco el amor, ¿qué será el otro para mí? ¿Un loco? ¿Un estúpido? ¿Un mentiroso?...

¡Ay, Onán, cuánta falta nos haces!


         “No dejes que termine el día sin haber crecido un poco”.
                                      W. Whitman



Como si fuera un regalo


Cuando vuelvas de la batalla,
cuando regreses de la batalla,
en el camino de vuelta a casa,
puedes ir despojándote de tus ropas;
ir dejando las armaduras
que te han vestido,
hasta quedarte descalzo.
Pero hazlo despacio
para no sentir de un zarpazo
el frío en la piel desnuda
o no quemarla con un sol de fuego;
para no quedar expuesto
a las miradas atolondradas;
para no coartar la desmesura
de tu atrevimiento.
Y no te despojes de tu espada. No,
hasta que no sea el momento.

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