EL DIARIO DE ANA: Eclipses, por Ana L.C.


“Aquel día se escondió el sol.
Sí, fue como si la noche cayese de golpe sobre el mundo un poco antes del mediodía y todos miraron al cielo, sorprendidos y aterrados. “¿Es esta una señal de alguna catástrofe que Dios nos envía para castigar nuestros pecados?” – preguntaron angustiados al cura de la parroquia y él dijo que posiblemente así sería. Y todos comenzaron a llorar y a golpearse los robustos pechos de rudos campesinos gimiendo súplicas y palabras de arrepentimiento. Sin embargo Melquíades, el alquimista, dijo con su voz ronca y desgastada de puro vieja:
-No os preocupéis, tan sólo es un eclipse.
Pero nadie le entendió y una voz poderosa se elevó sobre las otras:
-¡Él es el culpable, Dios nos escarmienta por su brujería! ¡Debemos castigarle y el Señor nos perdonará!
Y la gente, ciega de ira y de miedo, arremetió contra el sabio atándolo a una carreta cargada de leña y paja y le prendieron fuego. Pero justo cuando sus gritos desgarradores de dolor se elevaron hacia las nubes, la sombra maligna comenzaba a desvelar poco a poco al astro rey, cuyos primeros rayos cegaron a varias personas… Y es que a Dios no se le puede mirar a la cara.”

La hermana Teresa guardó silencio durante unos segundos. Deposito con suavidad el folio sobre la mesa y, sin mirarnos, dio por concluida la clase. Mis compañeras me observaban atónitas, pero nadie dijo nada mientras salíamos de clase. Que yo recordase, era la primera vez que eso ocurría porque de normal éramos tan alborotadoras como una enorme familia de gallinas. Lucía se me acercó y me susurró:
-Bonito relato… ¡La que te va a caer!
-¿Por qué? – pregunté alucinada. – Creo que me ha quedado bastante bien.
Las otras muchachas comenzaron a arremolinarse a mi alrededor.
-No, si bien te ha quedado.
-Vamos a ver – me planté en medio del pasillo. - ¿No quería un relato de menos de 250 palabras que tratase sobre la fe y la historia de la Iglesia?
-Sí – y comenzaron a reír.
-Pues eso he hecho, ¿no?
Y volvieron a reír. Lucía me pasó un brazo por la cintura y me atrajo hacia ella dándome un sonoro beso en la mejilla.
-Qué no te pase nada, cariño.
Lo cierto es que esa no era la primera vez que dejaba claras mis ideas sobre todo aquello. Dos veces la Directora del colegio, la hermana Juliana, me había llamado a capítulo y me había sermoneado sobre mi actitud y mi forma de pensar “antinatural”, según ella, pero el profesor de Matemáticas, cuando nadie nos podía oír, me lanzaba como un piropo:
-¡Esta es mi chica anti sistema!
Y yo no entendía nada.
Mis padres, aunque no descreídos sí poco practicantes, me habían enseñado a pensar libremente sobre las cosas y a poderlas discutir abiertamente con ellos pues juzgaban que, mientras no faltase al respeto a nadie, era saludable que expresase libremente mis opiniones y así lo había hecho siempre… Lástima que luego estudiase Derecho y aprendiese a mentir o, por lo menos, a no decir toda la verdad… Por ello no entendía por qué me tendrían que castigar por mi pequeño relato ya que en él simplemente me había limitado a colocar todo lo que me pedían: no llegué al tope de palabras, me expresé con bastante corrección, hablé de la fe de las gentes, de la fe tal como me enseñaron siempre: la fe ciega de creer sin más, sin verlo ni razonarlo… y hablé de un periodo histórico de la Iglesia, ¿o acaso no habían ocurrido alguna vez cosas como aquellas?... Y tampoco consideraba que hubiese faltado al respeto de las monjas porque sencillamente dije la verdad y la verdad puede doler, pero jamás insulta a nadie, ¿no? ¿Entonces?...

Si tengo que ser sincera, todo aquello me traía sin cuidado, así que nada más llegar a la habitación tras la cena, me dormí como una bendita, sin embargo al día siguiente me di cuenta de que algo había cambiado, pues en las distintas clases se respiraba un aire diferente, como más cargadito, y lo noté porque cuando levanté la mano para responder alguna pregunta que sabía o para preguntar algo, se me ignoró sistemáticamente. “Bueno, si todo va a quedar en esto…” – pensé. Pero cuando en el comedor se me acercó el profe de Mates y me dijo al oído por enésima vez: “Tienes coraje, muchacha.” – supe con toda certeza que la cosa estaba peor de lo que podía imaginar.
Esto ocurrió en un jueves del mes de marzo, recuerdo que llovía y hacía frío, pero el sábado amaneció radiante y tibio. Me levanté dispuesta a pasar una buena mañana deportiva cuando llamaron a la puerta de mi habitación y, al abrir, apareció el corpachón de oso bondadoso de mi padre, aunque con un aspecto bastante taciturno.
-Haz las maletas. Te vuelves a casa.
Entonces comprendí que había sido expulsada. 
-Hemos aguantado mucho con ella – le aseguró la hermana Juliana a mi padre – y a pesar de nuestros denodados esfuerzos para atraerla al buen camino, todo ha sido en vano. Así que, sintiéndolo mucho, ya no podemos tolerar más faltas graves pues ello mina nuestra autoridad. No podemos permitir que su ateísmo irreverente e insolente contamine a las demás muchachas del centro…
Y mientras me lo contaba, mi padre evitó sonreír aunque yo le descubrí alguna mueca causada por el esfuerzo para no hacerlo. Luego hubo un largo silencio durante el cual estuve esperando algún tipo de reprimenda que nunca llegó, sólo se limitó a despeinar mis rizos castaños y yo me abracé a su cintura acercando mi mejilla a su corazón.
-Yo no he hecho nada malo, papá – dije convencida.
-Ya lo sé, cariño, pero mejor nos olvidamos de colegios privados, ¿vale?, así nos ahorramos dinero y disgustos.
-¡Vale! – y le regalé una de mis mejores sonrisas.
Cuando estábamos guardando las maletas en el coche vi a mis amigas observándome agazapadas tras los visillos de las ventanas y tuve la seguridad de que alguna estaría llorando. No dije nada ni hice ningún gesto, no fueran a castigarlas también a ellas con la escusa de algún contubernio o algo por el estilo. Pero antes de cerrar la portezuela del coche se acercó el profesor de Matemáticas y me entregó mi cuaderno de ejercicios.
-Toma, no te lo olvides, tienes que repasar… - Me miró con sus pequeños ojos más vidriosos de lo normal. – Tienes coraje, muchacha, tienes coraje…- se encogió de hombros como disculpándose por algo, - pero mis hijos tienen que comer – y se dio la vuelta largándose a toda prisa.
De todo esto ya ha pasado la friolera de catorce años, pero hoy ha ocurrido algo que me lo ha hecho revivir. Hoy se ha casado mi amiga Lucía, cuya amistad se ha mantenido incólume durante todo este tiempo, tal vez gracias a que hemos sido desde siempre vecinas de barrio, y no vais a creeros a quién me he encontrado en la fiesta… pues nada menos que a la hermana Teresa, ¡sí!, ¡la mismísima profesora de Literatura de entonces!
-¡Ana, chiquilla, qué guapa estás! – me ha dicho nada más verme y previamente a espetarme dos sonoros besos que me han roto las defensas.
Yo no le he dicho nada entonces por no mentir y únicamente me he limitado a sonreír como una tonta sin encontrar qué decir, pero ella ha continuado:
-¿Qué has hecho con tu vida?
-Soy abogada – he respondido con urgencia.
Ella me ha mirado con la desilusión visiblemente asomada al borde de sus párpados.
-¡Vaya por Dios!... ¡Qué pena!... Yo creía que llegarías a ser escritora… escribías muy bien, ¿lo sabes?, ¡pero que muy bien!... Tenías mucho talento y el suficiente desparpajo… - ha movido negativamente la cabeza. - Deberías haberte dedicado a escribir, es una lástima que no lo hayas hecho…
Y así que, nada más volver a mi pisito de soltera, el cual comparto con mi gato obeso y dormilón, he decidido que esto os lo tenía que contar…
¡Cuántas luces se mantienen eclipsadas tras las sombras de la vida!



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