TEMAS E IDEAS: Libre albedrío, por Ancrugon.


Sentado en un banco de madera, con la mirada perdida en el ramo de rosas que sostiene con las dos manos entre sus rodillas, se ve a un joven vestido con un impecable traje de chaqueta. 
El bullicio de la calle aumenta a medida que desciende la luz del día y crece la de los escaparates, pero él no parece darse cuenta y sólo, de vez en cuando, mira hacia la esquina de la avenida donde, con un ritmo que ya ha llegado a percibir de tanto observarlo, un semáforo va alternando sus colores luminosos.
-¡Vengan, vengan a ver el teatro de la vida! – Grita un famélico y desaliñado personaje que va dando grandes saltos entre la gente mientras toca una alegre melodía con una flauta dulce.
Una vieja vagabunda se acerca empujando un carrito de supermercado repleto de papeles y trapos viejos.
-Disculpe, joven, ¿sería tan amable de levantarse de mi cama?
El muchacho la mira sorprendido y tarda un poco en reaccionar.
-¿Yo?... ¡Oh!... Perdone...
Se levanta y se aleja hacia el semáforo.
-Mis viejos huesos ya no son lo que eran. – Comenta la vieja casi en un suspiro dejándose caer pesadamente sobre el asiento. – Cuando era joven aguantaba noches enteras sin dormir, pero ahora...
El hombrecillo llega moviéndose al son de su melodía y comienza a danzar alrededor del banco, la vieja ríe y acompaña el ritmo dando palmas.
-¡Vengan, vengan a ver el gran teatro de la vida! – Y se aleja hacia la terraza de un bar cercano.
La vagabunda saca una manzana del bolsillo y, tras frotarla repetidas veces sobre su sucia manga, comienza a mordisquearla.

-¿Le apetece un poquito de manzana? – Le ofrece al mozo del ramo.
-No, gracias. – Responde éste y vuelve a mirar hacia la avenida por donde circula un río de vehículos a gran velocidad.
-Por la noche no es bueno comer mucho... – Comenta ella. – Se duerme mal con el estómago lleno... Ya sabe el dicho: “de grandes cenas están las tumbas llenas”.
-Tú vivirás pues muchos años, Condesa. – Bromea una atractiva mujer que acaba de llegar.
-Es cierto. – Protesta la otra. – Los más famosos doctores aseguran que, para la noche, lo mejor es un poco de fruta.
-¿Quién es ese? – Pregunta la recién llegada. - ¿No será un chapero?
La vieja saca una botella de vino del carrito y bebe un largo trago.
-Después de cenar viene bien un buen trago de vino, - comenta – sobre todo si hace fresquito. – Y se acomoda en el banco cerrando un poco más su viejo abrigo.
-¡Oye, guapo! ¿podrías alejarte del semáforo? Ese es mi puesto de trabajo. – Dice la mujer joven acercándose a la esquina.
-¡Vaya! Parece que esta calle es difícil encontrar un lugar vacante. – Comenta él de forma irónica.
-¿Qué haces aquí?... ¿No serás de la competencia? – Pregunta ella un poco mosqueada.
-¿Qué competencia?
-Deja al chico. – Dice la vieja. - ¿No ves que aún es virgen?
El hombrecillo de la flauta se ha acercado sigilosamente y escucha apoyado en el respaldo del banco.
-El chico lleva aquí cerca de dos horas. – Comenta. – Para mí que le han dado plantón.
-¿Es eso verdad? – Pregunta burlona la mujer joven.
-Me temo que sí... – Responde él con resignación.
-¡Vengan, señores, vengan, vengan y verán el teatro de la vida! – Grita de nuevo el hombrecillo dando pequeños saltitos. – A unos les toca papeles grandes y a otros totalmente ridículos. ¡Ja, ja, ja!
-Cuando yo era joven también tuve hombres que me esperaron… - Dice la vagabunda melancólica. - Bueno, quizás no tanto rato… Hasta algunos príncipes, ¿sabe?... Pero es bueno que el hombre aprenda a esperar, porque así aumenta el deseo. Sí… Y es bueno que la mujer sepa hacerse desear… Sobre todo eso… Es todo un arte. 
El hombrecillo toca con su flauta los compases de un vals y el chico sonríe.

-Es graciosa la Condesa. – Comenta la otra. – Siempre nos cuenta historias de palacios y grandes bailes, de trajes fastuosos y cosas de esas... Está como una cabra.
-No, no lo está. – Dice el flautista. – Simplemente interpreta el papel que le corresponde.
-Pues hablando de locos... – Insinúa la mujer señalando al destartalado personaje.
En aquel momento se acerca una pareja, ella mirando distraídamente los escaparates y él con un pequeño receptor en la mano totalmente ausente escuchando por los auriculares. Al llegar junto al banco, la mujer deja caer una moneda sobre un periódico del suelo, luego se dirigen hacia el semáforo indiferente y orgullosa.
La anciana mira la moneda, se incorpora, la recoge y sale detrás de la pareja.
-¡Oiga, señora, - grita, -¿se puede saber qué hace usted?
-¿Yo?... – Pregunta la otra sorprendida.
-¡Pero usted sabe qué hora es! – Vuelve a gritar la vieja.
-Pues… No sé… ¿sobre las ocho?
-¡Exactamente! – La vagabunda levanta sus brazos al cielo.
-¿Y qué?... – La mujer no parece salir de su asombro.
-¿Cómo que y qué?... ¿Cómo que y qué?... ¿No ve que ya no son horas? – La anciana se vuelve hacia los otros. - ¿Pero en qué país vivimos?
-Mire, señora, yo no entiendo nada. – Dice la caritativa dama.
-¿Cómo que no entiende?... – Dice la vieja - Mi jornada es de diez a seis, y parando dos horas para comer, eso sí. Así que ya sabe, si mañana todavía siente la necesidad de tranquilizar su conciencia, puede encontrarme durante ese horario en la puerta de la catedral. - Y le devuelve la moneda.
El flautista mira divertido la escena y al ver el dinero en la palma todavía abierta se hace con él en un rápido movimiento.
-Si no le importa, yo lo aceptaré. – Dice feliz. – Yo trabajo las veinticuatro horas.
Pero la vagabunda lo agarra de una oreja y le obliga a restituirlo.
-¡Esquirol! ¡Traidor! ¡Por personas como tú se nos pierde el respeto! – Le grita furiosa.
-¡Pero bueno!, ¿has visto cosa igual?...- Pregunta la mujer a su acompañante. - ¿Dónde vamos a llegar?
El hombre responde con un leve gruñido y la va empujando con suavidad hacia el semáforo.

-Eso digo yo, - Dice la vieja volviendo a su banco, mientras deja al hombrecillo rascándose la oreja y mirando melancólico la mano de la señora donde se marcha su pequeño tesoro. - ¿Dónde vamos a llegar?... Aunque seamos pobres, tenemos derechos, y si nuestra jornada termina a las seis, termina a las seis, y punto. Si no respetamos eso, no seríamos pobres, seríamos esclavos. 
-¡Sí, mujer, sí!... – Le grita la mujer - ¿Y por qué no piden vacaciones pagadas también?
-Ya lo está tratando el sindicato, ya, - toma de nuevo asiento pesadamente, - pero la cosa está difícil. – Y deja escapar un profundo suspiro mientras se vuelve a arropar con el abrigo.
-¡Por el amor de Dios!... – La mujer se vuelve hacia su hombre. - ¿Pero tú estás oyendo?...  ¿Tú que vas a oír?... Tú ahí, todo el día pegado a la radio.
Él se limita a mover la cabeza e intenta de nuevo llevársela.
-Nada, nada. – Concluye la vieja. - Así que ya sabe lo que hay, si quiere, se espera a mañana para ganarse su trocito de cielo. 
-¡Pero esto es increíble!... ¡Y tú no digas nada, a ver si por defenderme os van a pitar un penalti!... ¡Qué barbaridad, va una bien acompañada contigo!
-¡Vengan, señores, vengan y verán el teatro de la vida! – Vuelve a gritar el flautista.
La pareja se acerca al muchacho del ramo.
-¿Pero usted ha visto?... – Pregunta ella. - Cuando se lo cuente a mis amigas, no se lo van a creer… ¿Y usted qué hace, esperando a la novia?
-Ya ve. – Responde el muchacho mostrando su ramo.
-Mira, cariño. ¿Recuerdas cuando yo aún era todo para ti y tú eras joven, atractivo y romántico?
El hombre no responde y sigue enfrascado en escuchar la radio.
-No parece muy hablador su marido. – Comenta la mujer joven.
-¿Hablador?, sólo sabe hablar de fútbol. Siempre escuchando partido tras partido.
-¡Vaya! Eso sí que es afición. – Dice el joven.
-¡Qué si es aficionado! Con sólo decirles que el día que nos casamos, quedó con un monaguillo para que le fuera informando cada cinco minutos… y en vez de decir sí gritó gol.
-¡Mujer, - ríe la otra, -  no será para tanto. 
-¿Qué no es para tanto?... ¡Pero si todas las noches me acuesto con todos los del Larguero!
-Las hay con suerte. – Comenta la vieja entre dientes.
Por la avenida se acerca una pareja de policías y, al verlos, la mujer más joven se coge del brazo del chico de las flores. Éste la mira sorprendido. Cuando llegan a su altura, aparece el hombrecillo de la flauta y les hace una grotesca reverencia. Ellos ríen y se alejan.
-¡Vamos, vamos, que el semáforo ya está en verde! – Apremia la mujer. Y cruza la calle, pero su marido se queda quieto. Ella grita desde la otra acera. - ¡Pero, cariño! Cruza antes de que se ponga rojo.
-Si se pone será de vergüenza… - Comenta el hombre, quien se quita los auriculares y se dirige al joven. -  ¿Puedes venderme una rosa?
-Perdone, pero yo no vendo flores, - responde éste, - simplemente estoy esperando.
-Sí, ya, como todos. Pero si fuera tan amable y me vendiera una, tal vez esta noche…
-Perdone mi atrevimiento, - dice el joven sonriente - ¿cómo la aguanta?
-No es tan grave. – Responde el otro resignado. - En el fondo es una buena mujer con un enorme corazón, y… sí, se puede decir que la quiero, siempre la he querido.
-El amor es ciego…- Vuelve a comentar la anciana desde el banco.
El flautista vuelve con una melodía frenética que le hace mover las piernas de una manera sorprendente. Al llegar ante ellos, para de tocar.
-De la pluma del hacedor surgen personajes muy variados. – Asegura con seriedad. – Pero tenemos el libre albedrío. ¿Por qué os empeñáis en interpretar siempre el mismo papel? – Y se marcha de nuevo con la misma melodía y esos movimientos que dan la sensación de tener los huesos dislocados.
Los otros se miran confundidos.
-Tome, se las regalo. De todas formas, igual no llega. – Dice el joven entregándoles el ramo.
-No, no, sólo una. Si le regalo un ramo creerá que le estoy pidiendo perdón por algo. – Y coge una rosa. - Muchas gracias. Y no se preocupe, que muchas veces es mejor la espera que lo que viene después. Se lo digo por experiencia.
-¡Cariiiño, cruza ya!... – Grita la mujer desde el otro lado del paso de cebra. - ¡Míralo, parece tonto, no se entera de nada! ¡Seguro que son del mismo equipo!... ¡Estos hombres!... 
-Un momento. – Le detiene el joven cuando ya iba a cruzar. - ¿Qué partido está escuchando si hoy es jueves?
-Ninguno, pero ella piensa que todos los días hay fútbol. 
-¡Anda que no se iban a declarar en huelga los galácticos si eso fuera así! – Comenta divertida la mujer joven.
-¡Ya te digo!... – Responde él. - Pero ella es feliz hablando y yo, ¿qué voy a hacer?, no tengo nada más en la vida, pues que hable…
-¡Pero vienes o no vienes!... – Vuelve a gritar su esposa. - ¿De qué te ha dado por hablar ahora?... ¡Si tú no hablas nunca!...
-¡De fútbol, mi amor, de fútbol! – Y se marcha tras su mujer.
-Bonita pareja. – Comenta la chica. – Ahora, lo siento, guapo, pero te agradecería que me dejaras libre la esquina, si es que no te interesa algo de mí.
-Otra vez será. – Responde éste con una triste sonrisa. – Toma, para ti. – Y le da el ramo.
-¡Oh, no, gracias, pero todas no!... ¿Qué haría aquí con todo el ramo?, se largarían todos los clientes. Me conformaré con una.
El chico se aleja de la esquina con su ramo, pero al llegar al banco se lo deja a la vieja vagabunda.
-¿Esto se come? – Pregunta ella.
-Pruebe a ver, abuela. – Le responde él.

Y ella se abraza al ramo y suspira hondo percibiendo el suave aroma de las rosas. 
Cuando el chico llega al otro extremo de la calle, se le acerca corriendo el hombrecillo de la flauta:
-¡Joven, joven! ¡No puede marcharse...! ¿Y su papel...?
No se preocupe, - le responde éste, - yo abandono la obra.
Y al marchar no vio la risa desdentada del famélico personaje quien rápidamente volvió a su flauta, a su danza grotesca y a su monótono pregón:
-¡Vengan, señores, vengan a ver el teatro de la vida!


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